Montemayor está sólo a media hora escasa de Córdoba. Desde la lejanía, el Castillo Ducal de Frías se recorta en el horizonte arropado por altos pinos. La vieja fortaleza medieval se mantiene erguida, intacta, desafiando al tiempo con sus piedras milenarias. Está usted ante uno de los pocos castillos cordobeses que nos han llegado no como un legado de ruinas o como un recuerdo de algo que fue.

Si lo desea, párese al borde de la carretera o en la Redonda, hoy Avenida de Málaga. Visite una cooperativa de vino; la consagrada al patrono, San Acacio, o la otra, la pequeña, Montemayor, S.A. La viña es nuestro pan, con el trigo y el olivo, como hace dos mil años. Y si se fija un poco, al borde de cualquier camino verá aún, a flor de suelo, restos romanos. Si entra en las bodegas, pida una copa; o compre una garrafa de vino limpio, fresco y transparente. Pida el vino dulce Pedro Ximénez, excelente. Pregunte por la Cooperativa de Consumo y pruebe sus dulces. Si tiene suerte, hasta puede comprar aceite virgen en la vieja almazara o en la flamante nueva fábrica.

Y suba al pueblo. Para entrar, todo es cuesta. Si entra por la Vera Cruz, deténgase junto a su plaza, junto a las escuelas parroquiales. Mire su vieja espadaña, con su antigua campana. La Vera Cruz fue la primera ermita y la primera cofradía. Y siga, ahora por la calle Nueva. Clave sus ojos en alguna portada con su quicio de piedra.

Siga ahora por el camino Barruelo abajo, casi bordeando el castillo. A mitad de la calle estuvo la antigua ermita de la Caridad y su pomposo hospital para refugio de pordioseros y caminantes; ya no queda nada. Suba hacia el castillo, pero no mire aún las almenas; clave los ojos en el campo. Mirador se llama esta cuesta; Mirador de la Campiña, lo han bautizado con justeza. Es inmenso el panorama que se divisa desde él; si el día es claro verá las sierras de Cabra y Lucena, y hasta Sierra Nevada. El mirador ensancha el alma. Aquí se respira aire limpio de la Campiña.

Y suba hacia el castillo. Fíjese en sus torres. La más noble y alta es la del Homenaje; otra, la torre de las Palomas; y la más pequeña, torre Mocha, que no tiene almenas. Dicho castillo albergó entre sus muros uno de los mejores archivos históricos de la nobleza española, que trajo el último duque de Frías, don José Fernández de Velasco y Sforzza, fallecido en 1986; tras su muerte, el legado documental fue trasladado al Archivo Histórico Nacional. Su viuda, también fallecida, doña María Silva de Azlor y Aragón, hizo mejoras en este recinto, muy logradas por cierto. El castillo sólo puede visitarse con permiso expreso de los dueños. Y es una maravilla.

Muy cerca del castillo se alza la parroquia, una de las mejores iglesias de la Campiña. Un templo vertiginoso con dos mil años a sus espaldas.

Salga ahora a la plaza y mire la torre, reciéntemente restaurada. El terremoto de 1755 por poco la destruye.

Deténgase en la plaza, hoy dedicada a la Constitución y antes Plaza Mayor. Frente a la ermita de Jesús Nazareno, reconstruida en 1766. Cerca de las Cuatro Esquinas se encuentra la Casa Grande, una joya arquitectónica del siglo XVIII.

Viñas, bodegas, castillo, templos, casas, calles, gentes, historia, etc.., todo esto es la noble y renovada villa de Montemayor. La antigua Ulía.

Pablo Moyano Llamas Cronista Oficial de Montemayor y Santaella